Autor Tema: La Marmotte 2007  (Leído 2807 veces)

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javi

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La Marmotte 2007
« en: 18 de Julio de 2007 23:12 »
Después de dos días de viaje, el viernes llegamos a Le Bourg d’Oisans, pequeña y agitada villa alpina desde donde arranca La Marmotte, la mítica marcha cicloturista inspiradora de nuestra Quebrantahuesos, que reúne todos los años a miles de ciclistas aficionados dispuestos a emular a “los grandes” por escenarios de leyenda: Glandón, Galibier, Alpe d’Huez...

De tarde, y bajo un sol radiante, salgo para soltar un poco de pierna y comprobar que en la bici todo está en su sitio después del viaje. A las afueras de Le Bourg d’Oisans el tráfico es denso y muchos los ciclistas que pululan entre los coches. Me acerco a uno que viste el maillot de un club de Caravaca de la Cruz y entablamos conversación. Me cuenta lo duro que es el recorrido y la importancia de llegar entero al final. En Oviedo Conti me habló de la marcha, la había hecho hace años, y me comentó que con una 39x25 tenía suficiente, pero al murciano le pareció un desarrollo escasísimo y me empezaron a entrar las dudas.

A la mañana siguiente no tuve que madrugar mucho ya que la salida se hacía por número de dorsal y yo lo tenía muy alto. Los primeros salieron a las siete de la mañana, y los que teníamos el dorsal a partir del 4000 nos tocaba a las ocho menos diez. Al final salimos pasadas las ocho de la mañana. Hacía fresco a esa hora y la salida se hizo con mucha calma. Nada tiene que ver con otras marchas como la Quebrantahuesos o La Pyrenneene, que se va a tope desde el principio. Aquí la gente iba reservando mucho, buscando una rueda para rodar cómodo, siempre con mucho desarrollo. Desde el principio fui adelantando gente, y eso que yo tampoco forzaba en absoluto. En el primer puerto, el Glandón, se empiezan a producir los primeros embotellamientos. Circulo por la izquierda y sigo superando a muchos ciclistas. Los hay de todas las edades y bastantes más mujeres que en España. Predominan, a parte de franceses, los holandeses, italianos y alemanes, pero también hay españoles, belgas, ingleses, algún portugués e incluso australianos.

Durante la subida al Glandón converso un poco con un inglés deslumbrado por la belleza del paisaje. El día era precioso aunque seguía haciendo fresco, así que nada más coronar el puerto me pongo el chaleco para el descenso, largo y con muchas curvas. Casi al principio veo trozos de cubierta sobre el asfalto y a un ciclista incorporándose de una caída. Es como si le hubiese estallado la cubierta, algo muy raro. Durante el descenso aprovecho para comer algo y, ya en el llano, se repite la historia. Circulamos en pequeños grupos y nadie quiere dar la cara. Vamos por una ancha carretera general camino de St. Michel de Maurienne, donde empieza la subida al Telegraph. Sin mucha convicción tiro del grupo hasta que enlazamos con el que nos precede. De vez en cuando algún ciclista mete un poco más de ritmo y entonces no dudo en darle relevos para ver si la gente se anima y vamos subiendo un poco la media.
 
En la subida al Telegraph adelanto a varios españoles, primero a una pareja del club ciclista rondeño y luego a unos valencianos. El puerto no se me hace duro porque voy regulando mucho, en ningún momento paso de las 165 pulsaciones. Llegamos a la animada estación de esquí de Valloire, enclavada entre el Telegraph y el temido Galibier. A la salida del pueblo está el primer avituallamiento sólido donde repongo fuerzas y continúo la subida. El paso es cansino por un paisaje amplio y sin sombras. Un ciclista de Las Rozas dice que ya hemos pasado lo malo... y ahora viene lo peor. A este ritmo puedo disfrutar del espectacular valle que se abre a nuestra derecha. En el asfalto se puede ver la huella que dejaron los aficionados durante alguna etapa del Tour. Se leen los nombres de ilustres ciclistas que ya son historia como Ullrich, Virenque o Pantani, y de algún español también como Rubiera. El último tramo del Galibier quizá sea el más espectacular. Varias curvas de herradura tratan de aliviar el fuerte desnivel de estos últimos metros. Arriba, la vista es magnífica, pero también el viento fresco que hace, a pesar de lo cual unos cuantos aficionados nos animan a pie de carretera. Tras llenar los bidones y ponerme el chaleco empiezo el peligroso descenso hacia Lautaret, donde giramos a la derecha ya en dirección a Bourg. Ahora voy en un pequeño grupo del que tira un vasco de Berriz. Pasamos la peligrosa zona de los túneles, la presa y llegamos al llano donde el calor ya es notable. Durante todo el descenso fui a rueda, en el llano relevo algo y tomo la última barrita para afrontar la subida a Alpe d’Huez.

Al comienzo del puerto la gente mete todo lo que lleva y en seguida se disuelven los grupos convirtiéndose aquello en una procesión de ciclistas. Esta claro que estos 13 kilómetros pueden ser terribles si no llegas bien porque la primera rampa ya anuncia la dureza de la ascensión. Me siento con fuerzas y subo a buen ritmo aprovechando las curvas para descargar un poco las piernas. Me fijo en los carteles que llevan inscritos a los ciclistas que han hecho historia en esta cima mítica: Coppi y Armstrong comparten cartel en la primera curva.Durante la subida me cruzo con ciclistas que ya están descendiendo, otros que suben se han parado a un lado de la carretera para recobrar el aliento. En las cunetas amigos y familiares de los corredores nos animan. Cuando quedan unos 9 kilómetros para llegar a meta empiezo a sentir náuseas. Creo que me sobraba la última barrita que comí. De hecho fue tal mi obsesión por comer y beber durante toda la marcha que creo que voy algo congestionado. Esa sensación me duraría hasta el final, incluso arriba no pude comer el almuerzo que nos tenían preparado y no fui el único porque vi a algún ciclista vomitando. Aparecen los primeros edificios pero la pendiente no disminuye. Por fin veo el globo que indica el final de la marcha. Paso sobre la alfombra de meta y suena el pitido del chip. Se acabó.

Al final 7h. 46 min. Sin duda la marcha en la que más tiempo empleé pero en la que más disfruté de detalles que en otras ni percibí, puede que obsesionado por hacer un buen crono.

 

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